PORTADORES DE LA MISIÓN DE LA IGLESIA |
Jesús vino a nuestro mundo para dar
testimonio de la verdad, para dar a conocer la sabiduría y la gracia de Dios,
para manifestarnos nuestra condición de hijos de Dios y herederos de la vida
eterna.
A la hora de pasar de este mundo al Padre,
Jesús encomendó a sus discípulos la continuidad de su misión, el mantenimiento
y la expansión de este anuncio de salvación. (Jn 17,18), (Jn 20,21),
(Mt 28, 18-20), (Mc 16,15), (Lc 24, 47-48).
Misión laical |
Todos los discípulos de Cristo han
recibido el encargo de extender la fe según sus posibilidades... De esta
manera, la Iglesia ora y trabaja al mismo tiempo para que la totalidad del
mundo se transforme en Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu,
y para que en Cristo, Cabeza de todos, se dé todo honor y toda gloria al
Creador y Padre de todos.
Cuando hablamos del apostolado de los
laicos no debemos pensar en algo diferente de lo que Jesús encomienda a
sus discípulos en general, algo diferente de la misión general de la
Iglesia. La Iglesia como comunidad está constituida fundamentalmente por
los laicos, los cristianos comunes que viven en el mundo sin ser del mundo.
Como cristianos, somos lo que significa y
produce el sacramento del bautismo en cada uno de nosotros. El bautismo
es el sacramento de toda la vida.
El deber y el derecho de los laicos al
apostolado derivan de su unión con Cristo Cabeza. Incorporados por el
bautismo al Cuerpo Místico de Cristo y fortalecidos con la fuerza del Espíritu
Santo por medio de la confirmación, son destinados al apostolado por el mismo
Señor.
Los cristianos, cuando nos encontramos
espiritualmente con Cristo resucitado y salvador, recibimos el encargo
misionero. (Jn 20, 17).
Cuerpo y sangre |
La conversión y el cambio de vida,
personal, familiar y comunitario, es condición indispensable para que surja la
acción apostólica del cristiano. El anuncio del Evangelio no busca
directamente ninguna eficacia de carácter temporal, sino que busca directamente
el renacimiento de la persona a la vida de hijo de Dios, la iluminación de la
mente y la conversión del corazón, el cambio de vida, el arrepentimiento de los
pecados y el nacimiento a una nueva vida, arraigada en el seguimiento de Cristo
y alimentada por el Espíritu Santo. Esta nueva vida comienza por el
reconocimiento de Dios, la gratitud y la alabanza, el amor de Dios sobre todas
las cosas.
Jesús eterno y sumo sacerdote |
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