lunes, 5 de junio de 2017

"CONTIGO TODO A MEDIAS"

Estas dos semanas he estado pensando que iba a escribir y como debería redactar esto que quiero compartir con ustedes, mis hermanos en Cristo y hermanos de comunidad; Revisaba algunos hechos en las memorias del oratorio y esta frase también toco mi ser: "Contigo todo a medias", es lo que Don Bosco dijo a Miguel Rúa cuando este era un oratoriano.

Los 36 años que estuvo Miguel junto a Don Bosco comenzaron con un simpático encuentro de todos conocido. En el otoño de 1846 Miguelito tenía 8 años. Su padre había fallecido hacía poco tiempo. Don Bosco repartía medallas y él levantaba la mano para tratar de coger alguna. Pero Don Bosco, sin embargo, cogió la mano izquierda de Miguelito y con su derecha hacía el gesto de cortarla por la mitad. Don Bosco mientras pronunciaba el secreto que solo el tiempo lograría esclarecer: “Nosotros haremos la cosas a medias”. Y así fue. Miguel formó parte del primer grupo de jóvenes que se quedaron con Don Bosco para siempre y que llevarían el nombre de Salesianos.

Cuando las cosas se complican, “¡Coger las maletas! ¡Coger las maletas!” He ahí la tremenda realidad de media Europa en el siglo XIX y XX. De Italia, España, Grecia, Portugal, Irlanda. “¡Coger las maletas!” Una denuncia que no necesita pie de letra. Y un estigma grabado en la frente: “El italiano no protesta, emigra”. De 1880 a 1890 emigraron a América muchos millones de personas. Sólo para la Argentina emigraban cada año 40.000 italianos.Todo a mediasLos molinos de la ciudad de Turín, conocidos como “Molassi” estaban situados en la gran plaza de Manuel Filiberto (Porta Palazzo), a mano derecha para quien desciende hacia el río Dora. Todavía hoy, la amplia plaza es sede de un mercado variopinto y diario de la ciudad, con apretadas hileras de puestos. 

El día señalado fue un día cualquiera de septiembre de 1845. Por la mañana, después de la catequesis, un grupo de muchachos se apretuja alrededor de Don Bosco. Un poco apartado se encuentra un chiquillo de ocho años, delgadito y pálido, con un brazalete negro en el brazo izquierdo. Hacía dos meses que había fallecido su padre. No le iba eso de meterse en líos y empujones. Total se acaban las medallas y él se queda sin nada. Don Bosco se le acerca y le dice:- Toma, Miguel, toma. Miguel Rua, además de ser inteligente, tenía olfato y templanza. ¿Tomar qué? Aquel sacerdote extraño que veía por primera vez, no le daba nada. Sólo le tendía la mano izquierda, y con la derecha hacía señal como de quererla cortar en dos. El chico alza unos ojos preguntones. Y el sacerdote, directo, le encaja:- Nosotros dos lo haremos todo a medias.”¡Coger las maletas!”Algunos años más tarde de aquello, en el Oratorio se decía de Miguel Rua, “éste coge la rosa sin que se mueva el rosal”. Y con tremenda voluntad de compromiso con la época, Rua habla de forjar la unión entre las fuerzas del trabajo y de la religión y lo hace de tal modo que nos parece ver una chimenea de humo perfumado que escriba consignas liberadoras en el cauce de la Rerum Novarum. Si León XIII denuncia el momento en el que “un pequeñísimo número de poderosos impone una situación de semiesclavitud a una infinita multitud de proletarios”, a Rua no le basta. Y de una prosa sólida, resistente, como renglones de mármol, pasa a aceitar sus palabras y, sobre todo sus hechos. “La cuestión obrera”, ese es nuestro campo. Si las dársenas del puerto de Génova se llenan de maletas, allí estarán también las maletas de los salesianos y no vacías, sino cargadas de años de vida. Eso, eso. Sí, un símbolo de la identidad de Italia es ser un pueblo emigrante. Otro símbolo de la identidad de los salesianos es el de un grupo también de emigrantes y siempre. Eso, cuando las cosas se complican en un lado, “¡coger las maletas! ¡El salesiano no protesta, emigra con los emigrantes!”.Así pues, Miguel Rua mira hacia el mar, haciendo causa con él. Hoy se habla mucho de “economía emocional”. ¿Qué valor tiene ese gesto de hermandad en el mar? Pues a través de un millón de hechos. Muy al contrario de los tópicos, Rua tenía una creciente necesidad de cambio. Agotaba –o creía hacerlo- cuanto crecía a su alrededor. Mientras cubría Italia de una red de obras redondas y acabadas para los muchachos de familias más modestas, envió misioneros salesianos a América del Norte en 1897 y 1898. En Nueva York, Paterson, Los Ángeles, Troy los salesianos acogían, muy arremangados, con sotanas y pantalones deslucidos, a los miles de emigrantes que ni conocían la lengua, ni tenían lugar donde alojarse ni trabajo, ni amistades. Al mismo tiempo reforzó y multiplicó las presencias salesianas en América del Sur, con el entusiasmo de aquellos maestros mágicos que fueron Juan Cagliero y Luis Lasagna. ¿La gloria y la basura? ¿La esperanza y el mar? ¿Quién nos libra? ¿Quién nos ayuda? La dura corteza de un sabio. La música sutil de un santo como Miguel Rua que habla de un reino de lejos, codo a codo, con los emigrantes.La atracción de la distancia¿Por qué no ir a Cape Town, Túnez, Esmirna, Constantinopla? ¿Por qué no a Madrid o Vitoria? ¿Por qué no asumir los religiosos de Antonio Belloín en Palestina? ¿Por qué no comprender del todo a Bronislaw Markiewicz en Polonia? ¿Por qué no apoyar el trabajo con los leprosos en Agua de Dios, en Colombia, iniciado por Unía y consolidado por Rabagliati y Variara? ¿Por qué no ayudar hasta el extremo a Balzola y Malan que intentan adentrarse entre los indígenas Bororo del Mato Grosso en Brasil? ¿Por qué no fundar un Oratorio, una escuela y una casa de acogida para los muchachos del arroyo, tirados por las calles y zocos de Orán, en Argel? De nuevo y siempre y cada día surgía para Miguel Rua la atracción de la distancia, el hechizo de lo distinto. Cambiar. Poseer la sensación de que el horizonte es una sorpresa, una volición del misterio. La sorpresa y el misterio de la India y China, a las que en 1906 llega Luis Versiglia, hoy mártir y santo. 

Don Rúa 1º sucesor de Don Bosco



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