Estas dos
semanas he estado pensando que iba a escribir y como debería redactar esto que
quiero compartir con ustedes, mis hermanos en Cristo y hermanos de comunidad;
Revisaba algunos hechos en las memorias del oratorio y esta frase también toco
mi ser: "Contigo todo a medias", es lo que Don Bosco dijo a Miguel
Rúa cuando este era un oratoriano.
Los 36
años que estuvo Miguel junto a Don Bosco comenzaron con un simpático encuentro
de todos conocido. En el otoño de 1846 Miguelito tenía 8 años. Su padre había
fallecido hacía poco tiempo. Don Bosco repartía medallas y él levantaba la mano
para tratar de coger alguna. Pero Don Bosco, sin embargo, cogió la mano
izquierda de Miguelito y con su derecha hacía el gesto de cortarla por la
mitad. Don Bosco mientras pronunciaba el secreto que solo el tiempo lograría
esclarecer: “Nosotros haremos la cosas a
medias”. Y así fue. Miguel
formó parte del primer grupo de jóvenes que se quedaron con Don Bosco para
siempre y que llevarían el nombre de Salesianos.
Cuando
las cosas se complican, “¡Coger las maletas! ¡Coger las maletas!” He ahí la
tremenda realidad de media Europa en el siglo XIX y XX. De Italia, España,
Grecia, Portugal, Irlanda. “¡Coger las maletas!” Una denuncia que no necesita
pie de letra. Y un estigma grabado en la frente: “El italiano no protesta,
emigra”. De 1880 a 1890 emigraron a América muchos millones de personas. Sólo
para la Argentina emigraban cada año 40.000 italianos.Todo a mediasLos molinos
de la ciudad de Turín, conocidos como “Molassi” estaban situados en la gran
plaza de Manuel Filiberto (Porta Palazzo), a mano derecha para quien desciende
hacia el río Dora. Todavía hoy, la amplia plaza es sede de un mercado
variopinto y diario de la ciudad, con apretadas hileras de puestos.
El día señalado
fue un día cualquiera de septiembre de 1845. Por la mañana, después de la
catequesis, un grupo de muchachos se apretuja alrededor de Don Bosco. Un poco
apartado se encuentra un chiquillo de ocho años, delgadito y pálido, con un
brazalete negro en el brazo izquierdo. Hacía dos meses que había fallecido su
padre. No le iba eso de meterse en líos y empujones. Total se acaban las
medallas y él se queda sin nada. Don Bosco se le acerca y le dice:- Toma,
Miguel, toma. Miguel Rua, además de ser inteligente, tenía olfato y templanza.
¿Tomar qué? Aquel sacerdote extraño que veía por primera vez, no le daba nada.
Sólo le tendía la mano izquierda, y con la derecha hacía señal como de quererla
cortar en dos. El chico alza unos ojos preguntones. Y el sacerdote, directo, le
encaja:- Nosotros dos lo haremos todo a medias.”¡Coger las maletas!”Algunos
años más tarde de aquello, en el Oratorio se decía de Miguel Rua, “éste coge la
rosa sin que se mueva el rosal”. Y con tremenda voluntad de compromiso con la
época, Rua habla de forjar la unión entre las fuerzas del trabajo y de la
religión y lo hace de tal modo que nos parece ver una chimenea de humo
perfumado que escriba consignas liberadoras en el cauce de la Rerum Novarum. Si
León XIII denuncia el momento en el que “un pequeñísimo número de poderosos
impone una situación de semiesclavitud a una infinita multitud de proletarios”,
a Rua no le basta. Y de una prosa sólida, resistente, como renglones de mármol,
pasa a aceitar sus palabras y, sobre todo sus hechos. “La cuestión obrera”, ese
es nuestro campo. Si las dársenas del puerto de Génova se llenan de maletas,
allí estarán también las maletas de los salesianos y no vacías, sino cargadas
de años de vida. Eso, eso. Sí, un símbolo de la identidad de Italia es ser un
pueblo emigrante. Otro símbolo de la identidad de los salesianos es el de un
grupo también de emigrantes y siempre. Eso, cuando las cosas se complican en un
lado, “¡coger las maletas! ¡El salesiano no protesta, emigra con los
emigrantes!”.Así pues, Miguel Rua mira hacia el mar, haciendo causa con él. Hoy
se habla mucho de “economía emocional”. ¿Qué valor tiene ese gesto de hermandad
en el mar? Pues a través de un millón de hechos. Muy al contrario de los
tópicos, Rua tenía una creciente necesidad de cambio. Agotaba –o creía hacerlo-
cuanto crecía a su alrededor. Mientras cubría Italia de una red de obras
redondas y acabadas para los muchachos de familias más modestas, envió
misioneros salesianos a América del Norte en 1897 y 1898. En Nueva York,
Paterson, Los Ángeles, Troy los salesianos acogían, muy arremangados, con
sotanas y pantalones deslucidos, a los miles de emigrantes que ni conocían la
lengua, ni tenían lugar donde alojarse ni trabajo, ni amistades. Al mismo
tiempo reforzó y multiplicó las presencias salesianas en América del Sur, con
el entusiasmo de aquellos maestros mágicos que fueron Juan Cagliero y Luis
Lasagna. ¿La gloria y la basura? ¿La esperanza y el mar? ¿Quién nos libra?
¿Quién nos ayuda? La dura corteza de un sabio. La música sutil de un santo como
Miguel Rua que habla de un reino de lejos, codo a codo, con los emigrantes.La
atracción de la distancia¿Por qué no ir a Cape Town, Túnez, Esmirna,
Constantinopla? ¿Por qué no a Madrid o Vitoria? ¿Por qué no asumir los
religiosos de Antonio Belloín en Palestina? ¿Por qué no comprender del todo a
Bronislaw Markiewicz en Polonia? ¿Por qué no apoyar el trabajo con los leprosos
en Agua de Dios, en Colombia, iniciado por Unía y consolidado por Rabagliati y
Variara? ¿Por qué no ayudar hasta el extremo a Balzola y Malan que intentan
adentrarse entre los indígenas Bororo del Mato Grosso en Brasil? ¿Por qué no
fundar un Oratorio, una escuela y una casa de acogida para los muchachos del
arroyo, tirados por las calles y zocos de Orán, en Argel? De nuevo y siempre y
cada día surgía para Miguel Rua la atracción de la distancia, el hechizo de lo
distinto. Cambiar. Poseer la sensación de que el horizonte es una sorpresa, una
volición del misterio. La sorpresa y el misterio de la India y China, a las que
en 1906 llega Luis Versiglia, hoy mártir y santo.
Don Rúa 1º sucesor de Don Bosco |
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