Perfil de Santidad
¨Fue en noviembre de 1846. Margarita Occhiena tiene cincuenta y ocho años y es abuela de nueve nietos, hijos de Antonio y de José, que la adoran. En su casa se siente como una reina. Pero su hijo Juan –“Don Bosco”- le interpela: “- ¿Por qué no se viene a estar conmigo?”. No era la primera vez que afloraba en su mente aquella pregunta, y supo desde que Juan se hizo sacerdote que volvería a hacerlo. Ahora ya no podía pasar, tenía los brazos metidos en el barro de la memoria hasta los codos –I Becchi, la muerte de sus maridos, las hambrunas, Susambrino-, pero no solo en su propia memoria, quebradiza y llena de lagunas, sino también en la otra memoria, en la colectiva, la que descansa pesadamente sobre los Bosco, sobre los Occhiena, sobre este Juan, tan soñador y distinto. El recuerdo del “sueño de los nueve años” del chiquillo cruza su memoria como una mariposa volando alrededor de un foco de luz y sin más le responde: “Hijo, si crees que esa es la voluntad del Señor, estoy dispuesta a ir”. Llega a la casa de Valdocco, a la barahúnda de los “pilluelos” del Oratorio y ya no sale de él. Sin ella, sin la madre que es Margarita, el Oratorio hubiera sido menos, indudablemente. Las manos de algunas mujeres son curativas, poseen una disposición natural para restaurar. Como el entendimiento suele llegar siempre, demasiado tarde, Margarita usa el corazón. El corazón. Ella lo siente como la presión de un clavo ante tanta necesidad. Los chicos de Don Bosco la llaman “madre”; con un tono cada vez más apremiante y a la vez cargado de afecto. Si existe una santidad de éxtasis y visiones, existe la de las ollas que limpiar, la de los pantalones y chaquetas que remendar, la de los muchachos que sacar adelante a base de macarrones y de amor. Su hijo dirá más tarde que “la educación es cuestión de corazón”. Pasan diez inviernos enrejados de lluvias para Margarita en Valdocco, de 1846 a 1856. Afuera, en Turín y en el mundo entero puede fermentar el sol. Ella vive en el permanente alboroto de centenares de voces que gritan, cantan y discuten. Ella que tanto gusta del silencio y de la paz del campo, se pierde de vez en cuando en el silencio de la iglesia del Oratorio para agarrarse al rosario y coger la fuerza de seguir. La maravillosa Margarita, la madre coraje del Oratorio enferma, se le afloja la piel en las mejillas y la tez va adquiriendo un tono terroso o de corteza de tronco derribado de golpe. El 25 de noviembre de 1856 se va. En Turín, pendiente de la segunda guerra de Crimea y la segunda guerra de la independencia, nadie se da cuenta. Pero los cientos de muchachos del Oratorio permanecen callados antes de acompañar sus restos al cementerio. Cada uno va dentro de su silencio. Era su madre, no sólo la de Don Bosco. Francisco Rodríguez de Coro, Mamá Margarita ¿Rezaste ya tus oraciones, hijo? Mira que el sacerdote sólo tiene a Dios como razón de su existencia. ¿Y en quién te apoyarás cuando se lleve el aire del olvido tus trabajos, tu corazón, tus años… lo que sueñes?Primero, Dios; tus cosas, para luego: tus muchachos, colegios y talleres, y las niñas –las veo-, que vendrán un día, cuando menos te lo pienses; tus escuelas, tus patios y parroquias, los días, que se van y que no vuelven… ¿Rezaste ya tus oraciones? Mira que hoy tienes madre que te lo recuerde; mas llegarán los tiempos –ya han llegado- en que va a estar tu madre muy ausente. ¿Y adónde iréis, tú huérfano, y tus huérfanos por una áspera senda que no entiendes?Hoy recordaba el sueño aquel, precioso… ¡Cómo, al pie de la letra, ha ido cumpliéndose! Y doy gracias a Dios porque tu madre siente brincar tu corazón alegre… Pero, ¿rezaste ya tus oraciones? Rézalas, hijo mío, que anochece.Margarita Occhiena nace en Capriglio (Asti) el 1 de abril de 1788. A los 23 años, se casa con Francisco Bosco, que había quedado viudo y con un hijo (Antonio) a los 27 años. En su matrimonio tiene dos hijos: José y Juan. A los 34 años, a causa de una pulmonía muere su esposo.
He aquí un ejemplo de Salesiano Cooperador, de la propia familia de nuestro soñador Don Bosco, Madre coraje mamá Margarita un ejemplo de dulzura, amor, coraje, bondad y respeto a Dios.
¨Fue en noviembre de 1846. Margarita Occhiena tiene cincuenta y ocho años y es abuela de nueve nietos, hijos de Antonio y de José, que la adoran. En su casa se siente como una reina. Pero su hijo Juan –“Don Bosco”- le interpela: “- ¿Por qué no se viene a estar conmigo?”. No era la primera vez que afloraba en su mente aquella pregunta, y supo desde que Juan se hizo sacerdote que volvería a hacerlo. Ahora ya no podía pasar, tenía los brazos metidos en el barro de la memoria hasta los codos –I Becchi, la muerte de sus maridos, las hambrunas, Susambrino-, pero no solo en su propia memoria, quebradiza y llena de lagunas, sino también en la otra memoria, en la colectiva, la que descansa pesadamente sobre los Bosco, sobre los Occhiena, sobre este Juan, tan soñador y distinto. El recuerdo del “sueño de los nueve años” del chiquillo cruza su memoria como una mariposa volando alrededor de un foco de luz y sin más le responde: “Hijo, si crees que esa es la voluntad del Señor, estoy dispuesta a ir”. Llega a la casa de Valdocco, a la barahúnda de los “pilluelos” del Oratorio y ya no sale de él. Sin ella, sin la madre que es Margarita, el Oratorio hubiera sido menos, indudablemente. Las manos de algunas mujeres son curativas, poseen una disposición natural para restaurar. Como el entendimiento suele llegar siempre, demasiado tarde, Margarita usa el corazón. El corazón. Ella lo siente como la presión de un clavo ante tanta necesidad. Los chicos de Don Bosco la llaman “madre”; con un tono cada vez más apremiante y a la vez cargado de afecto. Si existe una santidad de éxtasis y visiones, existe la de las ollas que limpiar, la de los pantalones y chaquetas que remendar, la de los muchachos que sacar adelante a base de macarrones y de amor. Su hijo dirá más tarde que “la educación es cuestión de corazón”. Pasan diez inviernos enrejados de lluvias para Margarita en Valdocco, de 1846 a 1856. Afuera, en Turín y en el mundo entero puede fermentar el sol. Ella vive en el permanente alboroto de centenares de voces que gritan, cantan y discuten. Ella que tanto gusta del silencio y de la paz del campo, se pierde de vez en cuando en el silencio de la iglesia del Oratorio para agarrarse al rosario y coger la fuerza de seguir. La maravillosa Margarita, la madre coraje del Oratorio enferma, se le afloja la piel en las mejillas y la tez va adquiriendo un tono terroso o de corteza de tronco derribado de golpe. El 25 de noviembre de 1856 se va. En Turín, pendiente de la segunda guerra de Crimea y la segunda guerra de la independencia, nadie se da cuenta. Pero los cientos de muchachos del Oratorio permanecen callados antes de acompañar sus restos al cementerio. Cada uno va dentro de su silencio. Era su madre, no sólo la de Don Bosco. Francisco Rodríguez de Coro, Mamá Margarita ¿Rezaste ya tus oraciones, hijo? Mira que el sacerdote sólo tiene a Dios como razón de su existencia. ¿Y en quién te apoyarás cuando se lleve el aire del olvido tus trabajos, tu corazón, tus años… lo que sueñes?Primero, Dios; tus cosas, para luego: tus muchachos, colegios y talleres, y las niñas –las veo-, que vendrán un día, cuando menos te lo pienses; tus escuelas, tus patios y parroquias, los días, que se van y que no vuelven… ¿Rezaste ya tus oraciones? Mira que hoy tienes madre que te lo recuerde; mas llegarán los tiempos –ya han llegado- en que va a estar tu madre muy ausente. ¿Y adónde iréis, tú huérfano, y tus huérfanos por una áspera senda que no entiendes?Hoy recordaba el sueño aquel, precioso… ¡Cómo, al pie de la letra, ha ido cumpliéndose! Y doy gracias a Dios porque tu madre siente brincar tu corazón alegre… Pero, ¿rezaste ya tus oraciones? Rézalas, hijo mío, que anochece.Margarita Occhiena nace en Capriglio (Asti) el 1 de abril de 1788. A los 23 años, se casa con Francisco Bosco, que había quedado viudo y con un hijo (Antonio) a los 27 años. En su matrimonio tiene dos hijos: José y Juan. A los 34 años, a causa de una pulmonía muere su esposo.
Ella se hace cargo de la familia y de la educación de los tres hijos. En 1831, se traslada a vivir con su hijo José a la granja de Susambrino; en 1839 regresa a I Becchi, donde permanece hasta que en 1846, su hijo Juan, ya sacerdote, cae gravemente enfermo. Se traslada a Turín para asistirlo. Después de la enfermedad y de un tiempo de reposo en I Becchi, no puede resistirse a su petición, y le acompaña a Turín para quedarse con él. Será la madre de aquellos primeros muchachos del Oratorio de Valdocco, participando muy activamente en los comienzos de la Congregación Salesiana. Una pulmonía pone también fin a su vida, el 25 de noviembre de 1856¨.
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