En realidad este es un tema de formación muy importante para todos, puesto que seguimos el mismo objetivo.
1. PUNTO DE PARTIDA
Don Bosco, en su Estatuto para los Salesianos Cooperadores de 1876, escribe: “Nosotros los cristianos debemos unirnos en estos tiempos difíciles y promover el espíritu de oración y caridad, con todos los medios que nos da la religión, para remover, o al menos, mitigar, los males que ponen en peligro las buenas costumbres de la juventud,…“. En lugar de proponer la perfección cristiana en el ejercicio de la piedad, “…aquí se tiene como fin principal la caridad con el prójimo y especialmente con la juventud en peligro”. Entre las maneras de cooperar, “la caridad con los muchachos en peligro”. Estas palabras son parte de nuestro pasado. El proyecto definitivo de Don Bosco lo tituló el Papa Pío IX de la siguiente manera: Cooperadores salesianos, o un medio práctico para favorecer las buenas costumbres y hacerse útil a la sociedad. Muchos años han pasado, muchos también los cooperadores que han crecido con estas palabras e ideas de Don Bosco; demasiados jóvenes en peligro aparecen hoy en nuestras ciudades y pueblos; hijos no de las revoluciones industriales, la orfandad y de la explotación, sino de la pérdida de valores, de la desintegración o desestructuración familiar, del abandono y el maltrato, de la incultura y la indiferencia, de la desmotivación y el relativismo, de la delincuencia, paro o drogadicción, de la falta de sentido en la vida, hijos también del sueño de la inmigración. Han cambiado el contexto y las formas de explotación, pero los problemas siguen presentes. Es el rostro de la juventud truncada o abandonada a su suerte el que se repite, o a lo mejor continúa.
Don Bosco se apoyaba en sus sueños proféticos para entusiasmarse y entusiasmar en la conquista de un futuro mejor para sus jóvenes. No obstante, Don Bosco no es un soñador en abstracto, sino que, con los pies bien asentados en su mundo, sabe encontrar los resortes adecuados para hacer realidad sus sueños. Confiado en la Providencia no cesa de trabajar por la realización de su proyecto. Don Bosco sabía bien que el mañana se construye desde lo que somos y hacemos hoy. Por tanto, son estos dos rasgos que debemos cultivar en nuestra vida: sueño y realismo.
“Reconocer los fracasos de ayer es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe” (TMA 33). Por ello, Juan Pablo II propone a la Iglesia un “serio examen de conciencia” para analizar cuáles son las responsabilidades de los cristianos en los males de nuestro tiempo: la indiferencia religiosa, el secularismo y el relativismo ético (que a veces también salpica a los cristianos), la desbordante irreligiosidad reforzada por la falta de testimonio y de celo apostólico de los cristianos… Este examen de conciencia ayudará a realizar un análisis de la realidad, de las necesidades y de nuestras responsabilidades en el mundo de hoy. Sólo desde la revisión del pasado y la voluntad puesta en el presente se puede augurar un futuro mejor.
Dicen los sociólogos que estamos inmersos en la cultura de la postmodernidad. Esto es, una época en la que no se aceptan valores ni instituciones al margen de su origen, su evolución o los intereses que van debajo. De una manera especial, los jóvenes abanderan esta corriente. Se habla de crisis de valores, y es verdad, los valores están en crisis, etimológicamente, en cambio. Inmersos en esta cultura, los jóvenes, que están en el centro de nuestras miras apostólicas, van creciendo en un mundo que va planteando nuevos problemas y ante los que hay que estar alerta.
En este sentido, los cooperadores salesianos hemos evolucionado a partir del Concilio Vaticano II, y vamos modelándonos en la Familia Salesiana, Iglesia y Sociedad desde una nueva concepción del “laico”. Quizás debamos “modelar” también nuestra sensibilidad y el sentido de urgencia de cara a este sector juvenil de nuestros destinatarios preferentes.
2. UN RETO FUNDAMENTAL: FIDELIDAD
En los comienzos de este Tercer Milenio el reto que se nos plantea a los cooperadores no es nuevo, el reto esencial de nuestra vocación es la fidelidad. El PVA se encarga de recordarlo en diferentes ocasiones. Cuando hacemos la Promesa nos estamos comprometiendo para toda la vida. Nuestra respuesta puntual se traduce en una voluntad de fidelidad que “dura toda la vida” (PVA 30.1). Esta decisión como otras que adoptamos en nuestra vida y que sabemos que nos ligarán para siempre, se encuentra hoy con una doble cara:
- La libertad que ejercemos a la hora de dar ese paso, la libertad como expresión máxima de fidelidad. El cooperador acepta vivir un proyecto evangélico desde una opción personal y libre.
- La otra cara de esta fidelidad nos recuerda el dicho atribuido a un filósofo de la antigua Grecia, Heráclito, y que dice así: todo fluye, todo cambia, nada dura eternamente. “Por eso no podemos descender dos veces al mismo río, pues cuando desciendo a un río por segunda vez, ni yo ni el río somos los mismos”. Esta máxima se convierte en una necesidad que aleja lo perpetuo, que asegura la novedad y el cambio. Este sentimiento se va colando subrepticiamente en nuestros planteamientos. Observamos cómo los matrimonios se rompen, cómo el número de empleos indefinidos es mínimo en comparación con los trabajos temporales… Se va difuminando ese antiguo valor de la perdurabilidad, del para siempre.
La fidelidad, no obstante, debe ser capaz de adaptarse al juego de la vida, de acomodarse a ese cambio continuo del devenir histórico. Es preciso renovar esa fidelidad de manera que no quede anquilosada, que no quede colgada en unos parámetros pasados y se haga estéril con el tiempo. La fidelidad no es inmovilista, es creativa y sabe adaptarse a los cambios que se producen en la vida personal y en la realidad circundante. El sí firme es capaz de cambiar, es un sí dinámico. Se trata de un dinamismo que tiene presente cuatros aspectos fundamentales:
1. Los signos de los tiempos. Cada época demanda determinadas respuestas a las que hay que estar atentos y ante las que conviene ser ágiles. No podemos por ello juzgar la fidelidad en abstracto, sin tener en cuenta el contexto y la situación. Miremos hacia atrás y analicemos a un cooperador de 1880. La vocación es la misma, la misión idéntica, el espíritu uno…, sin embargo, somos distintos. Ni ellos eran más fieles que nosotros, ni nosotros mejores. Si queremos, podemos hacer ese análisis tomando fechas más cercanas o cambiando simplemente puntos geográficos. Qué duda cabe que la realidad de un cooperador en Venezuela o en Togo es bien distinta a la nuestra, y que por tanto su acción también. Y podríamos seguir en esta línea atendiendo las diferentes situaciones personales: la edad, la formación, las situaciones familiares, la realidad laboral. La fidelidad tiene una traducción personalizada, adaptada a la Historia (con mayúscula) y a la historia (con minúscula) personal de cada uno. Por este motivo hay que estar en continua tensión y con los ojos bien abiertos ante los cambios que se producen y discernir las respuestas que desde nuestra vocación debemos dar en cada momento.
2. El Evangelio. La Palabra de Dios como escuela de vida, como camino de perfección. La lectura, reflexión, oración y vida del Evangelio verifican la fidelidad de las opciones tomadas. El Evangelio es el punto de referencia obligado, punto de partida y llegada, de programación y revisión de vida. Nuestra fidelidad personal se contextualiza en el marco del Evangelio.
3. La Iglesia que cambia, que se esfuerza por interpretar también los signos de los tiempos. La Iglesia que se mueve en un momento difícil, un momento en que su imagen es atacada desde los medios de comunicación y otros sectores. Nos movemos en los estrechos límites de la conjugación de las nuevas tendencias y sensibilidades de un mundo secularizado con la postura tradicional del magisterio de la Iglesia.
4. El carisma fundacional, las fuentes salesianas de las que bebemos y que marcan líneas concretas y específicas para llevar el Evangelio, desde la Iglesia a la vida.
2.1. FIDELIDAD ¿A QUIÉN?
Estamos hablando de fidelidad a una vocación un poco en abstracto. La fidelidad a un proyecto concreto que se plasma en ese librito verde que está siempre cerca de nosotros. Pero nuestra fidelidad trasciende un simple proyecto, una serie de artículos o una idea. Más que el objeto impersonal de nuestra fidelidad, la pregunta debería reformularse de la siguiente manera: ¿A quién somos fieles?
1. En primer lugar fieles a Dios Padre porque es Él quien nos ha llamado, porque es Él quien ha dado el primer paso, quien ha salido a nuestro encuentro y nos ha dicho “Id también vosotros a mi viña” (Mt 20, 3-4) y cuya fidelidad es indeleble a pesar de nosotros mismos. Fieles a Cristo, su Hijo, camino, verdad y vida; fieles a su mensaje y anuncio; fieles porque Él fue fiel hasta el final; fieles por coherencia con nuestra identidad cristiana. Fieles al Espíritu Santo que nos acompaña, sostiene e ilumina.
2. Fieles a uno mismo porque nadie dijo por nosotros el sí de la Promesa, porque la opción adoptada es nuestra opción. Un día dimos nuestra palabra, tras una seria preparación, y haciendo uso de nuestra libertad personal. La coherencia nos liga, nos exige esta fidelidad.
3. Fieles a los hermanos y hermanas cooperadores porque compartimos una misma vocación, porque nos han apoyado y acompañado en el camino de discernimiento y que además en ellos expresamos nuestra fidelidad a la comunidad eclesial en comunión de Iglesia.
4. Finalmente, y no por ello menos importante, fieles a los destinatarios preferentes: los jóvenes y las clases populares. La infidelidad a nuestra vocación significaría sustraer una vez más a los más desfavorecidos de nuestra sociedad algo que legítimamente les corresponde, algo que le regala en nosotros el Padre bueno.
El momento de la Promesa se convierte en la expresión comunitaria de un compromiso de fidelidad, un compromiso público, compartido, y aceptado por Dios y por la Iglesia.
2.2. FIDELIDAD ¿DÓNDE?
Hoy nuestro mundo demanda una nueva evangelización y la Iglesia invita a participar a todos los cristianos en esta misión urgente en estos momentos de indiferencia religiosa, secularismo, relativismo ético y desbordante irreligiosidad provocada en ocasiones por la falta de testimonio de los cristianos, como denuncia Juan Pablo II en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente.
Esta nueva evangelización no puede llevarse a cabo de puntillas sobre una sociedad que no nos satisface plenamente. El misterio de la Encarnación nos desvela de nuevo la dinámica de la salvación, y nos estimula en la conjugación de fe y cultura tan necesaria y tan disociada hoy día. Recogemos también en nuestro Primer Mundo la inculturación como una necesidad. Sólo el conocimiento de nuestra cultura, que nos rodea, y su asunción desde un espíritu crítico nos puede legitimar en nuestro anuncio y misión. Nos sitúa en un mismo nivel de diálogo, de tú a tú, con los jóvenes del mundo y con los hombres y mujeres todos.
Ante la postmodernidad, hay determinados sectores conservadores o progresistas (nostálgicos del 68) que critican y se lamentan de lo que parece una realidad, y es que la juventud de nuestros días se separa cada vez más de los ideales y las directrices que las generaciones anteriores habían soñado y marcado. Se denuncia una crisis de valores. Tal vez tendríamos que hablar de cambio de valores para evitar las connotaciones negativas de la palabra crisis. Asistimos al derrumbamiento de la idea tradicional: los valores y los llamados “contravalores” son parejas enfrentadas. Hoy estamos en el mundo del mestizaje, las distinciones no están claras:
- Junto al valor del pasado, de la tradición se sitúa el presente, el carpe diem. También el presente frente a las expectativas, el futuro y los proyectos.
- Lo relativo convive con lo absoluto.
- La diversidad se asocia a la unidad.
- El yo, la subjetividad, el parecer personal o los sentimientos propios prevalecen a lo objetivo, a lo científicamente demostrable (según en qué ámbitos).
- La estética, la imagen, moda y diseño, la belleza de la forma adornan la ética, el
- contenido, el fondo.
- El humor se mezcla con la formalidad.
- Lo efímero junto a lo eterno, al para siempre.
- Lo “light” adereza lo fuerte.
- El placer, lo fácil se une al esfuerzo, el trabajo y la lucha.
Si cada uno se analiza en relación a esta escala, probablemente se sorprenda comulgando con alguno de estos postulados, si no en los aspectos esenciales de la vida, sí, tal vez, en lo cotidiano o banal.
En esta corriente cultural que cobra adeptos desde la música, el cine, la televisión, la publicidad, etc., la fragmentación de la realidad se presenta como el gran enemigo de una concepción unitaria de la persona. La vida a la carta, la elección de rol o de actitudes según la situación presente es el enemigo fundamental de la coherencia entre fe y vida. Los diversos ámbitos en los que vivimos nuestra polifacética vida pueden hacer que vivamos descentrados y sin darnos cuenta de las contradicciones en que incurrimos.
Sin embargo, sería de ingenuos pensar que todo lo que plantea esta nueva forma de vida es moralmente malo. Una postura madura y fiel a los signos de los tiempos se encaminaría a tomar los aspectos positivos que tiene. Cada una de las visiones señaladas puede ser explotada en positivo. No olvidemos que también valen, que también son valores. Esto es estar en el mundo. Esto es ser laico: conocer, asumir y transformar…
Este contexto nos lleva al siguiente punto. Hemos visto el a qué y el a quién de nuestra fidelidad. Lo expuesto anteriormente nos conduce al dónde, es decir, a los ámbitos en los que se nos exige fidelidad.
2.3. FIEL AL ESPÍRITU SALESIANO SEGLAR
La exigencia de fidelidad a nuestra vocación la recibimos de diversos ámbitos, como niveles de una misma realidad. Expresamos nuestra fidelidad en la sociedad, dentro de la sociedad en la Iglesia, dentro de la Iglesia en la Familia Salesiana y en nuestra Asociación, como círculos concéntricos.
No obstante, y antes de adentrarnos en esos niveles, nos detenemos en lo que pensamos que es el punto de partida y el resumen de esta fidelidad. Esto hay que buscarlo en nuestra vocación, aquello a lo que hemos sido llamados: vivir el ser bautizado como laico salesiano. Esto es, ser fiel a la espiritualidad laical salesiana. La espiritualidad laical salesiana tiñe toda la realidad del cooperador, condiciona toda su vida. La vivencia enraizada de la espiritualidad laical salesiana nos obliga a ser fieles a la sociedad, a la Iglesia y a la Asociación. Es la fidelidad al propio Espíritu Salesiano conjugado con los valores seculares que vivimos vocacionadamente.
2.3.1. ESPIRITUALIDAD
Ahora bien, estamos de acuerdo con lo que queremos decir cuando hablamos de espiritualidad laical salesiana. El primer estadio al que debemos acercarnos y que es común a todos los bautizados es el de la espiritualidad cristiana. Cuando hablamos de espiritualidad nos referimos a la manera que tenemos los cristianos de enfrentarnos a la vida, de mantener nuestra relación con Dios y con las personas que nos rodean, es el conjunto de actitudes que adoptamos cada día. Este conjunto de actitudes no es arbitrario, ni responde al capricho o a los intereses de cada uno. En el marco de las Bienaventuranzas (Mt 5, 1-13) encontramos el programa de vida detallado, un proyecto que coloca la felicidad como objetivo principal y que marca un verdadero camino de santidad como recoge el Concilio Vaticano II (LG 40 ss). Y que refleja el último capítulo de nuestro PVA, resumiendo el objetivo principal de la asunción de dicho proyecto “Hacer salir del letargo a los cristianos y llevarlos a la santidad” (PVA 41). Y podemos añadir tomando las palabras del Comentario oficial “El espíritu de las bienaventuranzas señala una calidad de vida individual y colectiva, definida por el evangelio como feliz, porque genera serenidad profunda y auténtica alegría” (COPVA p.100 art. 8).
La sociedad actual conoce múltiples predicadores que anuncian la felicidad en determinados productos de consumo, despersonalizándola y reduciéndola a un objeto externo a la persona, que cuando se extingue el objeto desaparece simultáneamente la felicidad. La publicidad, las sectas, determinadas ideologías minan y sobornan nuestra necesidad vital de ser felices. Dios nos quiere santos y felices. Esa es la llamada de nuestro Padre y esa ha sido la preocupación humana patente en toda la historia.
2.3.2. LAICAL
La respuesta a la propia vocación desde la laicidad reivindica una definición positiva de nuestra identidad. El laico vive en el mundo y asume las realidades temporales, insertándose en ellas como fermento. El gran reto del laico lo constituye la búsqueda continua de Dios en las situaciones cotidianas, la conjugación de la fe y la vida como una integración natural. La búsqueda de Dios y el consiguiente encuentro con Él abarca los diferentes ámbitos existenciales del ser humano:
- En el matrimonio siendo portador del amor de Dios hacia el cónyuge, en la familia, entre los amigos.
- En las responsabilidades laborales, formándose adecuadamente, procurando la mayor competencia profesional, la búsqueda de trabajo, la lucha por unas condiciones laborales justas,
- En la sociedad en general, influyendo en la cultura, la participación política activa, desde el voto reflexionado y coherente hasta la participación directa en algún programa de partido, las relaciones en el vecindario y asociaciones vecinales, la ciudadanía (“honrados ciudadanos”), la visión cristiana de la economía, el cuidado de la naturaleza y la sensibilización ante el deterioro al que se ve sometido por el progreso humano, el empleo generoso del tiempo libre, el buen uso e implicación en los medios de comunicación social, las respuestas a la marginación, el voluntariado y las ONG como canalizadores de fuerzas…
Detrás de la presencia del laico en cada uno de estos ámbitos de su existencia palpita la búsqueda incansable de Dios, el reconocimiento de Dios en el otro y la entrega gratuita por la construcción del Reino que no es más que el esfuerzo por cambiar la realidad, en una palabra, evangelizar, anunciar la buena noticia revelada por Jesús.
Sin duda, la coherencia de vida del laico se ve zancadilleada en múltiples ocasiones por una sociedad secularizada que, a menudo, ignora a Dios, y se ensaña, como en épocas pretéritas, con los que levantan la voz. ¿Dónde está Dios? ¿Qué falta hace hoy Dios? Y también es un reto vivir dentro de una Iglesia que está en tensión con la sociedad, criticada y ridiculizada. Y en ocasiones en tensión también con la propia visión crítica del laico que se mueve en una franja peligrosa de polémica, ignorancia voluntaria o deserción. La crítica constructiva desde el amor y el compromiso debe pugnar con otras tendencias más fáciles.
2.3.3. SALESIANA
Y este recorrido por nuestra espiritualidad se completa con el adjetivo que colorea todo lo anteriormente expuesto. Lo salesiano, la herencia de Don Bosco traducida a nuestra condición de vida, a nuestras circunstancias actuales y a este siglo en que vivimos. La herencia de Don Bosco tiene un denominador común sin distingos entre los que respiramos en clave salesiana (seamos religiosos o seglares): la caridad pastoral como núcleo central, dirigida de una manera muy especial hacia los jóvenes. No se entiende toda la acción salesiana sin este motor que bombea continuamente y que alienta cada paso. El amor de pastor, enseñado por Jesús e interpretado por Don Bosco (da mihi animas) activa otros elementos que definen nuestra espiritualidad en nuestra forma de actuar, de relacionarnos con los demás y de orar. La caridad pastoral es el instrumento que lleva el Amor de Dios a los jóvenes, con creatividad, optimismo y corazón oratoriano, con el apoyo del Espíritu y la solicitud maternal de María. Trabajo, trabajo y trabajo, riesgo e iniciativa, audacia y confianza en la providencia. En comunión de Iglesia y con el alimento continuo de la Palabra de Dios y el Pan de vida.
El capítulo IV del
Proyecto de vida apostólica (y su
Comentario oficial) ahonda en el significado y los contenidos de Espíritu Salesiano. También el artículo 3 de
La carta de comunión en la Familia Salesiana de Don Bosco recoge los elementos que nos son comunes a los herederos del espíritu de Don Bosco y garantes de su irradiación en la sociedad y en la Iglesia del Tercer Milenio.
PARA LA REFLEXIÓN Y EL DIÁLOGO EN GRUPOS
1. ¿Cuáles crees que son las razones por las que algunos hermanos abandonan hoy la Asociación?
2. ¿Qué dificultades encuentro en el día a día para permanecer fiel a mi vocación y a la Asociación de Cooperadores Salesianos?
3. ¿Qué elementos alimentan mi fidelidad?